Cuando producimos un enunciado, no sólo articulamos un sonido tras otro, sino que también variamos la intensidad con la que hablamos, nuestro tono de voz y la velocidad de habla, entre otras posibles modificaciones. Es por esta razón que podemos percibir de manera distinta frases idénticas a nivel segmental, pero pronunciadas con distintas modificaciones de intensidad, tono o velocidad.
En este sentido, nos resulta bien familiar la observación: "No es lo que me ha dicho, sino cómo me lo ha dicho".
Las propiedades de las que hablamos son los rasgos prosódicos o suprasegmentales, que actúan sobre secuencias continuas de sonidos, no sobre sonidos aislados, y que son inherentes a la palabra oral.
Los rasgos prosódicos contribuyen de forma importante al significado de los enunciados, hasta el punto de que a veces no podemos entender la función comunicativa de un enunciado hasta que no tenemos esta información. Sólo variando la prosodia de la frase, el enunciado ¡ven! puede ser pronunciado de forma imperativa o con distintos grados de exhortación y ruego.
En el modelo de la fonología entonativa se explican los fenómenos prosódicos según tres categorías entonativas: acento, organización prosódica y entonación.
Pero es importante subrayar que los rasgos prosódicos que acompañan la melodía (la intensidad, la calidad de voz, el ritmo y el tempo del enunciado) son esenciales a la hora de dar un determinado sentido a los enunciados y a menudo son indisociables de un determinado patrón entonativo.